jueves, 15 de julio de 2010

Lo que no se dijo de Sudáfrica


Una mochila llena de dinero se pasea intacta 24 horas en un autobús de Durban


LOLA GARCÍA-AJOFRÍN


Muchos dejaron en casa la blackberry, el reloj bueno y los zapatos de tacón alto antes de viajar a Sudáfrica. Era obvio. En un país poco rendido al paquete vacacional y al turismo de masas -a excepción de algún safari-, la escasa información que se ofrecía a los aficionados se limitaba a la alarma mediática generada por un par de accidente previos al evento. El asalto al hotel de tres periodistas españoles y el robo a mano armada de otros cuatro miembros de la prensa china dio la vuelta al mundo con la inauguración del primer Mundial de África a la vuelta de la esquina; cundió el pánico; y los medios internacionales se encargaron de hacer su parte al advertir a los miles de hinchas de que viajaban a un de las zonas más peligrosa del planeta. Así, los más osados dejaron el reloj en casa; y los más precavidos se quedaron también ellos.


“Dijeron que no lo lograríamos, pero después de que 204 equipos jugasen 848 eliminatorias, marcando 2.337 goles; 32 equipos y 736 jugadores vinieron a Sudáfrica para el mayor evento de fútbol”. Con estas cifras, el diario sudafricano The Star hacía balance de la competición, un día después de su desenlace. Leo la información en el vuelo de vuelta; y lo entiendo como una forma de exigir justicia a la prensa que tanto se había cuestionado si Sudáfrica estaba preparado para albergar uno de los mayores eventos deportivos. Uno de los peligros del poder de los medios es hacer de la anécdota, norma; una vez silenciadas las vuvuzelas y apagado el ‘waka-waka’ es momento de escuchar otra canción. Tras cuatro semanas como voluntaria de prensa de FIFA en el estadio que concedió la primera copa del mundo a España, Soccer City, donde tuve el honor de ver cómo se escribe la Historia letra a letra, ésta es la anécdota de mi viaje, en una Sudáfrica de la que no me hablaron los medios antes de partir.


No se llevaron ni un RAND


Un portátil, 800 dólares, una tarjeta de crédito y documentación varia era el preciado botín que podrían haberse agenciado los que dejaron pasear intacta una bolsa de viaje en uno de los autobuses que acercan a los pasajeros del aeropuerto de Durban al centro de la ciudad. Dicen que de los errores se aprende; y un descuido nos regaló una grata lección. Siete de la mañana, aeropuerto Rey Shaka (Durban). El shuttle -autobús- que recorre el litoral de la ciudad hasta la Estación central regala a la vista todo un festín de contrastes que encumbran sobre la arena desde el discreto azabache de las decenas de mujeres que visten burka al celeste del su océano Índico –el más cálido, dicen los que no se han sumergido en el Mediterráneo- y del mismo color que las camisas rayadas de numerosos hinchas argentinos, que memoran a los buenos tiempos de su seleccionador, allá por 1986, cuando el periodista Victor Hugo vociferase aquello de “¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina?”.


Con el mismo sueño, cientos de argentinos se desplazaron esa semana hasta Durban para presenciar la semifinal que según todos los pronósticos tendría que haber enfrentado a los de Maradona con los de Del Bosque –al final fue un insólito Alemania-España; cosas del fútbol-. Con la misma intención dos periodistas españoles y dos argentinos, que participamos como voluntarios de prensa de FIFA en El Mundial, también nos dirigimos a "la ciudad mejor administrada de África”, que diría la ONU en 1998-, uno de los principales centros turísticos del país y el principal puerto del continente, Durban. Nuestro equipaje lo constituyen dos maletas pequeñas y una mochila; poca cosa para sólo unos días, aunque uno de los bultos alberga numerosos objetos de valor y una considerable cuantía de dinero porque uno de los periodistas continuaba viaje desde Ciudad del Cabo.


La fortuna quiso que fuese precisamente esa mochila la que faltase a nuestra llegada al hotel; y los prejuicios nos empujaron a pensar en el robo como la primera de las opciones. La cámara de seguridad de recepción lo descartó. “Chavales, llegasteis sin el bolso”, nos aseguró amablemente la recepcionista, mientras se recreaba una y otra vez en las imágenes de nuestra llegada, a cámara lenta. Resultaba irónico. Tanto como pensar que una mochila repleta de dinero y tecnología punta daba vueltas dentro de un autobús en el que nos habían dicho era uno de los países más peligrosos del mundo; mientras la recepcionista se empeñaba en localizar al conductor para informarle del olvido. Llamada tras llamada el escepticismo se convirtió en resignación y optamos por cancelar la tarjeta de crédito. A esas horas a la mochila no debía quedarle ni la cremallera. Nos rendimos.


La recepcionista no. A la mañana siguiente nos despertó con un papel en el que figuraba la dirección en la que debíamos ir a recoger la mochila, que siempre estuvo en el primer shuttle que tomamos. En Sudáfrica, aquel país del que los medios de comunicación seguían cuestionándose si estaba preparado para albergar un Mundial, nos devolvían una mochila que había paseado durante horas por las calles de Durban, con dinero, un ordenador y otras tantas cosas. Estaba intacta. “África no es más el continente negro después de que las luces del mundo lo iluminasen del Cabo al Cairo la pasada noche”, rezaba el diario sudafricano ‘The Star’ en la primera página en la que mencionaba las cifras. Si vamos a construir un periodismo de anécdotas, contemos todas.

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